Esto significa literalmente amor a la sabiduría.
Platón acusa constantemente a los sofistas de enseñar por dinero. Por ejemplo, en el Hipias Mayor (282c-d) Sócrates elabora una distinción entre los sabios de antaño, que no consideraban correcto cobrar honorarios, y los sofistas de su propia época, que obtenían enormes beneficios de su instrucción. Esta comparación no es incidental; es absolutamente integral para la caracterización de Platón de los sofistas y sus prácticas. Pero, ¿por qué es tan importante el dinero como rasgo distintivo? En este capítulo argumentaré que no se trata de un término descriptivo que refleje realidades históricas -que los sofistas fueron los primeros en cobrar dinero por la sabiduría-, sino que la estrecha asociación de los sofistas con el dinero es una muestra de desprecio y parcialidad, un hecho al que los estudiosos quizás no han prestado suficiente atención. [En lo que sigue exploraré algunas de las posibles connotaciones que esta conexión tenía en la antigüedad, y también desarrollaré las razones por las que Platón la adoptó como básica para su representación de los sofistas.
¿Qué enseñaban los sofistas?
Sócrates (469 – 399 a.C.), Platón (427 – 347 a.C.), Aristóteles (384 – 322 a.C.) y muchos de sus seguidores entendían su propia actividad intelectual -la búsqueda de la sabiduría o filosofía- como algo teórico y práctico en sus objetivos. Sus objetivos eran muy diferentes de los de la filosofía contemporánea, por no decir otra cosa. Para entenderlo mejor, necesitamos saber qué pensaban sobre la sabiduría y su lugar en una vida bien vivida.
En la época en que nació Sócrates, la tradición prefilosófica de los antiguos griegos, compuesta por poetas y dramaturgos, ya había explorado de alguna manera el tema de la vida bien vivida, inspirándose en los mitos griegos y otras fuentes disponibles entonces. La palabra griega antigua para felicidad, “eudaimonia”, significaba originalmente “ser favorecido por los dioses/espíritus buenos”. Este hecho sugiere que, originalmente, se pensaba que la prosperidad humana en la antigua cultura griega se basaba en la idea de que los dioses controlan nuestra felicidad.
Fue a través de esta perspectiva que Homero (circa 850 – 750 a.C.) y Hesíodo (c. 750 – 650 a.C.) delinearon modelos de conducta (o virtud) para sus lectores y oyentes. Sin embargo, es importante señalar que estos modelos entran en conflicto entre sí. Había una tensión entre el individualismo del código heroico en la obra de Homero y los valores más colectivistas y relacionados con el trabajo en la obra de Hesíodo. Esta tensión se hizo eco de los acontecimientos sociopolíticos que se produjeron en las antiguas sociedades griegas.
¿Quién fue quizás el mayor sofista?
¿Cómo pudieron los griegos del siglo VI a.C. inventar la filosofía y la tragedia? En este libro, Richard Seaford sostiene que gran parte de la respuesta se encuentra en otro acontecimiento trascendental: la invención y rápida difusión de la moneda, que dio lugar a la primera sociedad completamente monetizada de la historia. Al transformar las relaciones sociales, la monetización contribuyó a las ideas del universo como un sistema impersonal (filosofía presocrática) y del individuo alienado de su propia parentela y de los dioses (en la tragedia). Seaford sostiene que una condición previa importante para esta monetización fue la práctica griega del sacrificio de animales, representada en la épica homérica, que describe un mundo premonetario a punto de producir dinero. Este libro combina la historia social, la antropología económica, la numismática y la lectura atenta de textos literarios, inscriptivos y filosóficos. Al cuestionar los orígenes y la fuerza de la filosofía griega, se trata de un libro importante con un amplio atractivo.
Este libro tiene una relevancia más amplia que la de los profesores y estudiantes de clásicas, para quienes supone un recurso inestimable. Se relaciona con todos nosotros que, como dice Seaford, “vivimos en un mundo en el que la monetización observada por primera vez en la polis griega ha tenido varios siglos para desarrollarse…”.
Eudaimonia
La Atenas de antaño era un crisol de nuevas ideas, surgidas de las mentes de muchos filósofos que caminaban por las calles empedradas de la antigua ciudad. Uno de esos eruditos, provocadores y criminales convictos se llamaba Sócrates.
Sócrates era un personaje revoltoso. Tenía el pelo desordenado. Nunca se lavaba la ropa. Sus queridos amigos lo describían como horriblemente feo. Sin embargo, muchos acudían a escucharlo y lo consideraban un gran maestro. Nunca llevaba zapatos, y se quedaba predicando la sabiduría de su ignorancia a cualquier transeúnte que quisiera escuchar.
El tema que le preocupaba a Sócrates era el conocimiento en sí mismo. Quería saber cómo la gente llega a conocer las cosas. Miró a las bulliciosas calles de la ciudad, preguntándose qué hacía todo el mundo. “Y lo más importante”, pensó, “¿por qué hacen lo que hacen?”.
La curiosidad no tardó en apoderarse de él y Sócrates empezó a hacer preguntas. Preguntó a mercaderes, poetas, políticos, artesanos y a cualquiera que quisiera escuchar qué era lo que hacían. Para su disgusto, nunca quedó satisfecho con las respuestas que le daban.